El Saco De Azúcar Con Aserrín
Yo no sé cuál es la cosa de esperar los fines de semana con tanta expectación. Muchas veces nos quejamos de “todo” lo que hay que trabajar y agradecemos que podemos descansar el fin de semana. Nos gusta jugar a no saber que el lunes, de nuevo, nos acechan los papeles, los correos, las fotografías y toda esa porquería amarillo desgracia –que es el color que más vende. Por eso me miran como E.T. cada vez que me quejo del fin de semana. Para mí sería mejor trabajar de corrido hasta terminar con todo y luego si, poder descansar. Aún así, seguramente tendríamos que morir trabajando porque siempre hay algo nuevo con que ganarnos un dolor de cabeza.
De todos modos, que gano con estar encerrado en casa los fines de semana. Eso de ir a visitar “familia” es irreal, como que con llegar al pueblo ellos me van a querer o a extrañar. Reconozco que son ricos los platillos y las bebidas, pero nada más. A mí con recordar a Mamá me basta. Lo que si extraño –como naufrago a la ropa limpia– es ese delicioso olor a pino o a cedro. Se me tuercen los ojos cuando lo recuerdo, que cosa más rica, darme un buen baño con viruta. Era excelente entrar a aquella esquinita en el patio del viejo, abstraer el espíritu de la madera despedazada, para dar paso a alguna mesa, silla o algún banquito de esos que encargaban las vecinas para sentarse en el zaguán, ver gente en la calle e inevitablemente “pelarlas”.
Con uno de esos bancos casi le arranco la cabeza a un chucho de la vecina que casi se traga mi mano, y todo por darle de comer. Por eso, aunque mire que se está muriendo, no le doy nada a ningún animal o persona, por malagradecidos. Y hay gente que me toma por inconsciente, a ver qué conciencia tendría hoy, solo con una mano.