Las Cuevas de Tránsito

La vida de Tránsito Cuevas.

Tuesday, July 31, 2007

El Saco De Azúcar Con Aserrín


Yo no sé cuál es la cosa de esperar los fines de semana con tanta expectación. Muchas veces nos quejamos de “todo” lo que hay que trabajar y agradecemos que podemos descansar el fin de semana. Nos gusta jugar a no saber que el lunes, de nuevo, nos acechan los papeles, los correos, las fotografías y toda esa porquería amarillo desgracia –que es el color que más vende. Por eso me miran como E.T. cada vez que me quejo del fin de semana. Para mí sería mejor trabajar de corrido hasta terminar con todo y luego si, poder descansar. Aún así, seguramente tendríamos que morir trabajando porque siempre hay algo nuevo con que ganarnos un dolor de cabeza.

De todos modos, que gano con estar encerrado en casa los fines de semana. Eso de ir a visitar “familia” es irreal, como que con llegar al pueblo ellos me van a querer o a extrañar. Reconozco que son ricos los platillos y las bebidas, pero nada más. A mí con recordar a Mamá me basta. Lo que si extraño –como naufrago a la ropa limpia– es ese delicioso olor a pino o a cedro. Se me tuercen los ojos cuando lo recuerdo, que cosa más rica, darme un buen baño con viruta. Era excelente entrar a aquella esquinita en el patio del viejo, abstraer el espíritu de la madera despedazada, para dar paso a alguna mesa, silla o algún banquito de esos que encargaban las vecinas para sentarse en el zaguán, ver gente en la calle e inevitablemente “pelarlas”.

Con uno de esos bancos casi le arranco la cabeza a un chucho de la vecina que casi se traga mi mano, y todo por darle de comer. Por eso, aunque mire que se está muriendo, no le doy nada a ningún animal o persona, por malagradecidos. Y hay gente que me toma por inconsciente, a ver qué conciencia tendría hoy, solo con una mano.

Como me río cuando evoco los halagos de las personas por siempre querer ser El Nazareno de las obras de Semana Santa, “es tan bueno”, “como le gusta ser el Maestro”, “hasta el pelo largo se deja”, “como abraza la Cruz”. Si supieran que tenía especial gusto por el olor de esa madera hecha cruz (aunque a veces la cargaba mas como una equis encima). Y que precisamente me dejaba las greñas y los harapos porque me daba pereza bañarme temprano para ir al “calvario”. Hasta el mismo Jesús le hubiera dicho a sus discípulos que se esperaran a que calentara el sol y poder ir a Getsemaní, que frio andar con caites y vestido esos días. Pero bueno dejemos la blasfemia a otros y volvamos al detalle del aserrín. Ahora añoro los sacos con aserrín que guardaba en mi dormitorio. Es cierto que los vendía cuando ya no tenían olor, y que de vez en cuando tenía que sacar algún ratón de allí, pero me gozaba ese olor en las noches y hasta sentía la compañía de mis sacos, como amigos olorosos que velaban mi sueño. Por esa confidencia un día tuve que correr unos cuantos kilómetros cuando me acordé que tenia escondido el producto de treinta domingos y no sé cuantos mandados que le cobre a mi abuela, dentro de uno de esos sacos. Precisamente en uno de los sacos que le había vendido al que hacía alfombras, casi me mata cuando agarre a navajazos el nudo que le había hecho a mi amigo, el saco de azúcar con aserrín.

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