Días Oscuros y Malhumorados
“Vamos a la escuela” me decían mis primos todos los lunes. ¿Y qué les respondía yo? Pues nada, de tan como la fregada que me ponía cada vez que con aire condescendiente me decían, “hay que estudiar porque si no nunca vas a ser alguien en la vida”. No notaban que desde que mis padres se amaron ya era alguien. Un pedacito de gente engendrado por la gracia de un pedacito de amor que puso mi Mamá y una camionada de “pasión” con la que colaboró mi Papá – de quien, de mas esta decir que andaba repartiendo su producto por todo el pueblo. Tanto que cuando murió resulto que todos los hijos, hijastros, entenados y demás ya habíamos compartido mínimo saliva con una que otra hermanita, hermanastra, entenada y demás. Sentí compasión por los aires de Magdalena con los que llegaron al velorio más de dos señoras. Creyendo que eran la viuda oficial de tan fiel esposo como era mi Papá. Hasta los velos dejaban tirados después de que mi mama, muy amablemente, las invitaba a que se fueran a la fregada. Sin comentar que a más de algunas las agarro del mocho, pobres, pero ni modo; fue mi Papá el que no supo repartir su cariño, sin dejar las cuentas claras.
Me divertí mucho un día que mi hermano, llevándosela del poseedor de tan famosa cepa, se juntó con dos novias en el mismo pedacito. Automáticamente se ganó una severenda pateada recetada por el par más fiero de las féminas que el desdichado pudo escoger en todo el pueblo. El pobre llegó a casa como recitaban por allí “con el hocico partido y el rabo entre las piernas”. Por lo menos tenía mas roce con alguien pero a mí, con mis días oscuros y malhumorados, no se me acercaba nadie. Tal vez en ese momento me sentía muy cómodo con eso. Pero a veces en las noches, a falta de aserrín, me gustaría platicar con alguien, o por lo menos tener con quien pelear de vez en cuando - porque eso de casarse o vivir con alguien, seguro que sería todo un campeonato de peleas instantáneas e inexplicables.
Me divertí mucho un día que mi hermano, llevándosela del poseedor de tan famosa cepa, se juntó con dos novias en el mismo pedacito. Automáticamente se ganó una severenda pateada recetada por el par más fiero de las féminas que el desdichado pudo escoger en todo el pueblo. El pobre llegó a casa como recitaban por allí “con el hocico partido y el rabo entre las piernas”. Por lo menos tenía mas roce con alguien pero a mí, con mis días oscuros y malhumorados, no se me acercaba nadie. Tal vez en ese momento me sentía muy cómodo con eso. Pero a veces en las noches, a falta de aserrín, me gustaría platicar con alguien, o por lo menos tener con quien pelear de vez en cuando - porque eso de casarse o vivir con alguien, seguro que sería todo un campeonato de peleas instantáneas e inexplicables.
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